

Capítulo 4
CAPÍTULO 4: EL FORTÍN
Había escapado por los pelos de Silver y sus hombres, pero ahora me encontraba perdido en la espesura de la isla, sin saber a dónde dirigirme. El miedo y el cansancio me abrumaban, pero de repente, entre los árboles, vi ondear una bandera. Mi corazón dio un vuelco: ¡era la bandera de mi patria! Sin pensarlo, eché a correr en esa dirección.
Cuando llegué al fortín, una figura familiar apareció en la puerta. Era el doctor Livesey, que al reconocerme, corrió hacia mí con una gran sonrisa de alivio y me abrazó emocionado. Me preguntó si estaba bien, y yo asentí sin aliento. Poco después, ya a salvo dentro de la empalizada, me reuní con el doctor, Trelawney y el capitán Smollet. Me contaron que, viendo la situación a bordo, habían decidido desembarcar en secreto y buscar refugio en una vieja empalizada que aparecía en el mapa. Por mi parte, relaté mi aterradora huida de Silver y mi inesperado encuentro con Ben Gunn, el misterioso náufrago que aseguraba conocer la isla y el destino del tesoro.
El agotamiento me venció, y dormí profundamente aquella noche. Pero la calma no duró mucho. A la mañana siguiente, un grito me despertó. Los marineros que vigilaban la empalizada anunciaban la llegada de un grupo de hombres con una bandera blanca. Al frente, cojeando con su inseparable muleta, avanzaba John Silver. Su presencia me heló la sangre. Silver se acercó hasta la entrada del fortín y expuso su oferta con su habitual astucia: los piratas estaban dispuestos a dejar de luchar si les entregábamos el mapa del tesoro y les permitíamos llevarse el botín sin más enfrentamientos.
El capitán Smollet, con los brazos cruzados, escuchó a Silver con calma, pero respondió firmemente que, si los piratas se rendían, serían llevados a Inglaterra para ser juzgados. Sabía que los piratas no podían encontrar el tesoro sin el mapa ni tripular el barco sin la ayuda de la tripulación leal. La ventaja estaba claramente de nuestro lado. Silver frunció el ceño y lanzó una amenaza antes de retirarse, prometiendo que en menos de una hora nos reducirían a cenizas.
Y cumplió su palabra.
El primer disparo resonó en la selva y, en un instante, una lluvia de balas cayó sobre el fortín. Respondimos rápidamente. Parapetado tras unos barriles, observé cómo los piratas disparaban desde la espesura del bosque. Durante varios minutos, el estruendo de la batalla lo cubrió todo. Luego, cuando el humo se disipó, el silencio regresó. Pero la paz fue momentánea. De repente, un grupo de piratas escaló la empalizada y logró entrar.
El capitán Smollet ordenó defender el fuerte, y nos lanzamos al combate cuerpo a cuerpo. La lucha fue feroz; espadas y cuchillos se cruzaron en el aire. Vi caer a algunos de mis compañeros y el miedo me paralizó por un instante, pero reaccioné al ver la valentía con la que todos peleaban. Finalmente, logramos rechazar a los atacantes. Cinco piratas habían caído, pero también sufrimos pérdidas dolorosas: Hunter y Joyce no sobrevivieron, y el capitán Smollet resultó herido, aunque no de gravedad.
Cuando todo terminó, el doctor Livesey observó pensativamente el bosque y comentó en voz baja que alguien había atacado a los piratas fuera del fortín, pero no habíamos sido nosotros. Supuso que debía haber sido Ben Gunn, quien conocía la isla mejor que nadie y podría ser nuestra última esperanza. Decidió salir a buscarlo, mientras nosotros permanecíamos en alerta, conscientes de que la lucha por el tesoro aún estaba lejos de terminar.
